ago 24, 2012 - Sin categoría    6 Comentarios

El pescador de Hiroshima

Pescador

Siempre pensé que el título que abandera estas palabras sería la semilla de un gran poema. Todo se remonta a un viaje que hice al Japón creo recordar que en el año 2004. Recorríamos mi compañera y yo el hermoso país del sol naciente subidos a lomos del famoso tren bala, el shinkasen. Osaka, Kyoto, Nara, Tokio, incluso llegamos hasta la  isla de Hokkaido, y allí visitamos Sapporo y otras localidades.

A lo largo del periplo nos convencimos que no podíamos dejar de visitar Hiroshima y acercarnos a la isla Miyajima, y contemplar el torii que junto al volcán Fuji son las imágenes más repetidas y fotografiadas que se conocen del Japón. Una vez llegados a Hiroshima, alojarnos en un ryokan (albergue o residencia donde dormíamos en el suelo -tatami- y con el aire acondicionado a toda pastilla porque hacía un calor de mil demonios) nos tiramos a la calle, un poco condicionados por la memoria de todo lo ocurrido allí durante la II Guerra Mundial.

Una vez en el centro nos topamos en el parque de la paz con el memorial  dedicado a los fallecidos por la bomba atómica que cayó el 6 de agosto de 1945; se trataba de una urna que contenía todos los nombres de las personas que murieron como consecuencia de la explosión nuclear. Paseo por los alrededores, con el edificio A-Bomb dome, creo recordar que era la cámara de comercio de Hiroshima, la única construcción que se mantuvo en pie pese a la deflagración. En torno al escenario, el río, un río de un color verde indefinible. Tocó el turno al museo del holocausto, y allí fuimos ilustrados con contundencia de lo que debió ser aquello; para resumir, debió ser un mar de fuego, una caldera de magma, un infierno bíblico… Me ahorro los detalles de lo que contenía el museo, que amén de nutrida información, conservaba objetos de toda índole de lo que provocó la explosión.

Salimos a buscar aire y a continuar con la visita por la ciudad, y de vuelta hacia la residencia observé a un solitario pescador echando su caña en el río, en ese río de vida que se había convertido en un río de muerte. ¿Qué hacía allí ese pescador? ¿era parte del paisaje? ¿pasaba el tiempo? ¿confiaba en la regeneración del río? (no había pescado nada, ni siquiera tenía un cubo donde arrojar los peces). Imagen insólita después de la mochila de información que llevábamos con sobre la h-bomb. Conjurando los demonios de la barbarie humana había que buscar un lugar para comer, y no precisamente para hacer de tripas corazón, sino para compensar el trago histórico con algo suculento (el apetito desaparece sólo de forma momentánea, afortunadamente) y encontramos un restaurante entre lo que debía ser la zona comercial y de negocios, en los callejones traseros de unos edificios. Se trataba de un local de entrada angosta, con los consabidos faroles rojos con grafía japonesa en la puerta, y una vez dentro, una larga barra con los expositores repletos de pinchitos de todo (trocitos de pechuga de pollo, de hígados, de ternera, de vegetales, de combinación de carne y verdura, etc.) y al fondo unos ejecutivos bebían enormes jarras de cerveza.

El dueño del restaurante, para más señas, Masanori Narusa, nos preguntó en japonés algo que no entendimos y nosotros hablamos en inglés algo que él no entendió. La comunicación fue por gestos y no por ello menos intensa. Comenzó poniéndonos unos tirabeques y luego fuimos señalando los diversos pinchitos que nos apetecían. Alucinó de que fuéramos españoles y parece que al venir de tan lejos nos tomó cariño. Después nos fue sirviendo sopas, platos de vegetales, y otos manjares que no recuerdo exactamente, pero sí tengo la certeza que todo estaba exquisito, como fue exquisito el trato que nos brindó aquel hombre. Se sucedieron las cervezas y al final los sakes, ya que en verano el sake se toma helado. Seguimos conversando gestualmente hasta que decidimos marcharnos al hotel con un pedo considerable. Los ejecutivos seguían bebiendo cerveza al fondo. Hiroshima quedará en mi recuerdo por aquel pescador solitario y los sabrosos yakitoris de nuestro amigo Masanori.

 

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Autor: Joaquin Martinez Alberca

6 Comentarios

  • Es grato encontrar por estos lares a mi amigo Joaquín con sus andanzas culinarias y no tan culiniarias. Pero más grato es siempre disfrutar junto a él de una buena mesa con su tertulia y agrado. Un abrazo.

  • No descartaría yo la idea del poema, bonico¡¡¡

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